…pero con Antolí estas cosas pierden la urgencia, la imperiosidad, el compromiso, todo el hierro. Antolí – y sé que me excedo, que puedo incurrir en una inconveniencia – remite al Platero de J. R. Jiménez, aquel del que “se diría que es todo de algodón, que no tiene huesos”. Un error, claro. Antolí, al margen de la suma comodidad dulce que a uno lo imbuye cuando está con él en su estudio, al margen de sus maneras nada autoritarias, es cualquier cosa menos algodón. Puede ser suave, pero de él no se diría nunca que no tiene huesos. A veces, pintando, se le envara el gesto, se le tensa la expresión, se le advierte la mano como dura, menos fluida, como con una intención nada negociadora. En esos momentos la mano de Antolí no es de algodón, y tiene huesos. Una mano determinada. Sin unas manos así no se puede andar
el mundo, la vida. El Mundo hay que decirlo, y a menudo no se deja decir, no fácilmente. Y para ello hace falta esa dureza puntual. Por lo demás, si esa dureza no se integra en un general discurrir fluido y leve, entonces se vuelve abrupta, se vuelve protagonista único e indeseado, y hace que la tarea de vivir y de decir el Mundo se convierta en un trabajo árido, erosivo. Oneroso. Por fortuna no hay tal. No es el caso. Hubo quien dijo que “pintar es bailar”. Para Antolí pintar no es otra cosa que caminar. Respirar y caminar, vida adelante. Con la esperanza acaso de llegar, pero sin ninguna prisa.
Gustavo Cardenal