Somos herederos de los pioneros, de los que se dejaron la piel en hacernos entender que había más lenguajes estéticos que el puramente académico, que se podía trascender el referente real, los géneros, que se podía ser artista sin pasar por el trauma del bodegón, que se podía y que se debía. Los pioneros nos legaron desprendidamente uno de los dones de los que, afortunadamente, goza el arte contemporáneo: LA LIBERTAD. Y la libertad pasa por hacer del óleo, o de la acuarela o del carbón, una continuidad de los sueños. Y los sueños no entienden de líneas. Su dibujo es tan poco preciso como una noche en vela.
Pero los pioneros nos dejaron también la diatriba, el desencuentro, la discusión. Lo figurativo, tristemente, fue perdiendo sentido. La representación más o menos acertada de la realidad pasó de ser un valor, una seña del buen hacer, un canon, a un síntoma de irritante conservadurismo, un hándicap para la creación en estado puro. Y a lo largo del siglo XX se mantuvo este tira y afloja, esta lucha, si me lo permitís, un poco tonta entre la validez y la invalidez de lo uno o de lo otro, entre lo blanco o lo negro, entre el Madrid o el Barça.
Esta muestra la veo como un aviso de lo que puede llegar a ser una reconciliación. Que lenguajes distantes y distintos pueden llegar a armonizarse, que aplicándonos el cuento de la libertad suprema, el formalismo y el informalismo pueden convivir sin mayores
chirridos.
María José pinta ojos a pastel. Sus retratos van más allá de la pura representación de expresiones. María José pinta miradas que le dan la vuelta a lo representado hasta el punto de ser nosotros, los espectadores, los que nos sentimos observados. Su trayectoria, de la que algo conozco, pasa por la economía de medios en beneficio de la frescura, de la impronta, que hace que sus pasteles se conviertan en iconografías
De Mari Carmen puedo decirlo todo de primera mano porque he asistido y, no precisamente como convidado de piedra, a todas sus creaciones. Compartimos estudio, lunes, lluvias, hallazgos y frustraciones desde hace muchos años en ese espacio sin tiempo que es el estudio Casa del Pavo. Allí he sido cómplice de la parte más humana de la creación artística. De las dudas, de los recelos, de los altibajos. Mari Carmen hace del gesto su aliado y de la caricia con pincel blando el envoltorio con el que cierra su obra. Poemas que son de acento átono y niebla rota. No hace mucho, tuve el privilegio de asistir a una de las definiciones más conmovedoras y acertadas de lo que podemos entender por arte. Mari Carmen hablaba con una alumna que con cierta inocencia pero con buen criterio le preguntaba cómo podía saberse cuándo un cuadro abstracto era bueno o era malo (siempre incurrimos en el error de suponer que el cuadro figurativo es bueno o lícito cuanto más se asemeja a la realidad) M. Carmen le contestó de forma lapidaria y sin dudarlo: “si lo que ves te emociona, es que es bueno”. Así de sencillo. Aplíquese esto a la música, a la poesía, a la video instalación, a la performance y tendremos el canon que nos ubique. Es bueno lo que te emociona, lo que te sirve de algo. Ni más ni menos.
De modo que dejémonos emocionar por lo que aquí tenemos, que no es sino las cuatro manos de dos mujeres, de dos artistas que, cada una con su discurso, se complacen en enredarnos en la madeja sus sueños. Disfrutadlo.
Carlos Merchán Martín